Cualquier tiempo pasado no fue mejor.

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Cualquier tiempo pasado no fue mejor: hablar ante este ilustre público, siendo investigadora y profesora de esta Facultad, es testimonio magnífico para el título que en su día me propuso nuestra decana, pues pocas han sido las mujeres que han participado en este Solemne Acto Académico de San Alberto Magno. Hoy, 15 de noviembre de 2013, tengo el honor de romper  la tendencia y formar parte del programa del acto académico más importante de nuestra Facultad.

La paleontología, una combinación de muchas ciencias, principalmente de la Tierra, geología y de la vida, biología y una buena dosis de química, física, matemática, meteorología, astronomía, nos ayudará a descubrir si el tiempo pasado fue o no fue mejor. La paleontología estudia los fósiles, vestigios de los seres vivos que habitaron nuestro planeta por lo que tiene gran relevancia en la actualidad en la comprensión del origen de la vida y de nuestros orígenes, del cambio climático y de la biodiversidad, la forma y el ritmo de la evolución, la datación de las rocas y la historia de la vida en la tierra y su influencia en la evolución de la atmosfera, de la propia biosfera y de la litosfera. El pasado en Geología se mide con escalas formadas por fósiles y se cuenta en millones de años, aunque cuanto más remoto es ese pasado, más imprecisa es la edad.

Desde el origen de la vida en la tierra, hace tres mil quinientos millones de años, la aparición, evolución y extinción de las especies ha dado lugar a una cambiante, compleja y rica biosfera. Como señala Michael Benton, la evolución es un proceso mediante el cual los organismos y las especies, pueden mejorar su pacto con el medio ambiente, pero luego los entornos siguen evolucionando. Así que el objetivo de la adaptación no es estático. Por tanto, ¿podemos estar seguros que los dinosaurios dominaron los ecosistemas terrestres porque eran mejor que los reptiles que había antes? ¿Nos hemos impuesto los humanos porque somos superiores? Los nuevos grupos no necesariamente son mejores ni peores que los que les preceden, simplemente se adaptan y mejoran con respecto a su medio, que a su vez está continuamente cambiando. En cinco ocasiones, la vida en la tierra ha desaparecido casi por completo. A cada evento de extinción masiva, en los que desaparece el 80-90% de las especies, le sigue la aparición y evolución de nuevas especies, a partir de las que sobreviven.

La atmósfera actual, rica en oxígeno, es el resultado de la actividad de las bacterias. Los primeros fósiles de nuestro planeta son de bacterias que vivieron en medios exentos de oxígeno, con presión y temperatura altas. Hace entre 3.000 y 2.000 millones de años las bacterias comenzaron a producir oxígeno, fundando la primera de las revoluciones globales protagonizadas por la vida en nuestro planeta. La nueva atmósfera rica en oxígeno, letal para la vida de entonces, alteró la atmosfera, a la propia biosfera y a la litosfera y supuso el inicio de nuestra actual biosfera. La extensión del fenotipo de las bacterias productoras de oxígeno, parafraseando a Richard Dawkins, formó además rocas bandeadas, de hierro y sílex, que a su vez son la principal fuente de hierro del mundo. Estas rocas evidencian la alternancia de episodios ricos y pobres en oxígeno atmosférico. La vida, que cambió la atmósfera primigenia, permitiendo que se desarrollaran organismos que respiran oxígeno como nosotros, y despertó, en los hombres de la edad del hierro, un apetito por el metal que también revolucionó nuestra cultura muchísimos millones de años más tarde.

La extinción más importante de la historia de la vida en la tierra se produjo hace unos 250 millones de años. La tierra sufrió un calentamiento global, lluvias ácidas y caída de los niveles de oxígeno, el 95% de las especies desaparecieron. Sin embargo, los reptiles que sobrevivieron evolucionaron y dieron lugar, unos a los mamíferos y otros a los diápsidos, en los que se agrupan dinosaurios, cocodrilos y aves. Durante cerca de 200 millones de años los ecosistemas terrestres estuvieron dominados por los dinosaurios; evocados con mayor o menor acierto, por los artistas, desde que se descubrieron sus primeros fósiles a mediados del siglo XIX. Tal es la fascinación por estos mundos perdidos que en ocasiones la separación entre lo estudiado por los paleontólogos y lo que crean los artistas, sin revisión por pares ni control de ningún tipo, es una delgada línea en la que resultados científicos quedan enmascarados. Aun así los paleontólogos tenemos una incontestable carga innovadora y divulgadora que asumimos con mayor o menor éxito, como el escenario que les quiero presentar del Aragón de hace unos 130 millones de años, en el período Cretácico. Los estudios que venimos realizando desde hace algo más que dos décadas en el grupo Aragosaurus, permiten reconstruir los paisajes del actual Sistema Ibérico, que estarían jalonados por lagos y llanuras fluviales cercanos a la línea de costa, en una de las numerosas islas del archipiélago europeo. En los humedales veríamos dinosaurios herbívoros y carnívoros, cocodrilos y diminutos mamíferos que se moverían entre una vegetación de helechos, equisetales y bosques de coníferas en zonas cercanas, en cuyo sotobosque crecerían las primeras plantas con flores. Podríamos incluso oír el chasquido supersónico de las largas colas de los saurópodos que utilizarían moviéndolas igual que un látigo, según las simulaciones de ordenador realizadas por el técnico de Microsoft Nathan Myhrvold y el paleontólogo Phil Currie.

La gran extinción del final del Cretácico, en el límite K/T, hace 65 millones de años esquilma la biodiversidad de gran parte de la biota terrestre, desaparecen los dinosaurios y comienza la diversificación y expansión de los mamíferos. Hace unos siete millones de años aparecen los primeros representantes de nuestro grupo, en África. Aunque los primeros fósiles humanos, los de los neandertales de Bélgica y de Gibraltar se descubrieron en 1848, coincidiendo casi con la aparición de El Origen de Darwin, en 1859. Desde esos primeros descubrimientos dos cuestiones han trascendido al quehacer puramente científico: nuestro origen como especie y el origen de la mente humana, ligada estrechamente al lenguaje y al arte. A raíz de los estudios y descubrimientos paleontológicos y genéticos de finales del siglo XX y comienzos del XXI, sabemos indiscutiblemente que el hombre aparece hace unos cuatro millones y medio de años en África, se desarrolla en este continente y migra hace dos millones de años para conquistar Europa y Asia. Los fósiles humanos del yacimiento de la Sima de los Huesos en Atapuerca, nos abren una ventana extraordinaria a los humanos que vivieron hace cerca de medio millón de años en nuestra península. De cuerpo robusto, 1,75m de estatura,  cerebro grande y audición igual que la nuestra, habrían sido capaces de producir y percibir los sonidos del habla humana, como sus descendientes, los neandertales, que presentan los mismos parámetros óseos en el oído medio y además la variante humana del gen FOXP2, relacionado con el lenguaje. ¿El futuro? Los fósiles de diferentes yacimientos del cuaternario ibérico indican que hasta hace cerca de 15.000 años, la especie humana dependía del clima y del medio ambiente. Desde hace unos ocho mil años el hombre se independiza del medio y modifica la biodiversidad, empobreciéndola. Los humanos, somos la primera especie consciente de nuestro pasado, y por tanto, la única que puede decidir si el futuro será mejor que el pasado.


La foto es de nuestro colega Eustoquio Molina

LUGAR Zaragoza, España

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