Ida, un “eslabón” más en la larga evolución humana

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Josh Young abre el libro narrando las circunstancias del descubrimiento de Ida. A diferencia de lo ocurrido en el caso de otros iconos de la evolución humana, como la celebérrima Lucy, Ida no apareció en un paraje remoto y exótico del planeta, ni fue excavada por ningún equipo de esforzados paleontólogos profesionales. Aunque los detalles no se conocen con exactitud, el fósil fue encontrado por un buscador clandestino de fósiles en la conocida Fosa de Messel, en las inmediaciones del pueblo del mismo nombre del estado federado alemán de Hesse. Después de tener el fósil en su poder durante años, un coleccionista privado decidió ponerlo a la venta al astronómico precio de un millón de dólares. Informado de la situación, el Profesor de Paleontología del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oslo Jørn Hurum consiguió los fondos de su institución y dirigió la delicada operación de autentificación y compra del ejemplar. Una vez trasladado a Oslo el fósil, Hurum organizó un equipo científico de primera línea para realizar el estudio de Ida.

    A partir del capítulo 3, Colin Tudge toma el relevo de la narración, comenzando por explicar los procesos planetarios que condujeron a las singulares condiciones climáticas y ecológicas del mundo en el Eoceno, un periodo de intenso calentamiento global en el que hubo especies de palmeras que alcanzaron latitudes tan altas como Alaska y Siberia.  A continuación, en uno de los capítulos más interesantes del libro, Tudge da cuenta de las características ecológicas de la Fosa de Messel en la época en la que vivió Ida, haciendo una ágil y deliciosa descripción de las principales especies vegetales y animales que compartieron el lugar con ella, a la sazón un espeso bosque tropical que medraba en las orillas de un peculiar lago.

Para explicar el lugar que ocupa la pequeña Ida en el complejo árbol de la evolución de los primates y cuál es su relación con la evolución humana, Tudge realiza una amplia descripción de la historia evolutiva de los primates, desde su aparición hace unos 65 millones de años hasta la humanidad actual. Es en estas páginas dónde se echa en falta el conocimiento directo del problema por parte del autor. El relato tiene un ritmo variable, deteniéndose a tratar con cierta profundidad algunos temas laterales, como es el caso del denominado “Hombre de Flores”, mientras que se pasa de puntillas o se ignoran fósiles y yacimientos trascendentales. Este es el caso de los excepcionales yacimientos barceloneses de edad Miocena (entre 9 y 12 millones de años) que han proporcionado los restos fósiles de dos especies trascendentales (Dryopithecus laietanus y Pierolapithecus catalaunicus) para conocer como entronca el linaje humano con el del resto de los primates.

En los capítulos finales, se explican las investigaciones concretas realizadas sobre el propio fósil de Messel y se detallan las conclusiones obtenidas por el equipo de científicos encargado del estudio. Ida fue una  hembra que en el momento de su muerte estaba comenzando su segundo año de vida (lo que equivaldría a unos 10-12 años en el caso de una persona). Era un animal adaptado a desplazarse ágilmente por los árboles utilizando sus cuatro extremidades, posiblemente era de hábitos nocturnos y se alimentaba preferentemente de frutos y hojas. Cuando murió, su longitud, cola incluida, era de alrededor de medio metro y de haber vivido hasta la edad adulta habría alcanzado un peso de entre 650 y 900 gramos.

Los investigadores asignan a Ida a la especie Darwinius masillae, nombrada así en honor de Darwin y de la localidad de Messel. En su opinión, Ida perteneció a un  tipo de primates extinguido que representaría al grupo ancestral de los haplorrinos. En la actualidad, los haplorrinos es un grupo integrado por los tarseros, los monos del Nuevo y Viejo Mundo (platirrinos y cercopitecoideos, respectivamente) y los hominoideos, que incluyen a las personas junto a los chimpancés, gorilas, orangutanes y gibones. Desde este punto de vista, Ida estaría en la ascendencia directa de los seres humanos y sería una antigua y lejana primita.

Pero no todos los autores están de acuerdo en esa interpretación y hay especialistas de gran prestigio que la rechazan. Como casi siempre ocurre en ciencia, los descubrimientos necesitan de un tiempo para ser adecuadamente valorados y quizá todavía es pronto para apreciar la verdadera dimensión del hallazgo de Ida. Pero mientras los especialistas se ponen de acuerdo, sí que hay algo de lo que podemos estar seguros y que conviene tener presente a la hora de visitar la bella capital noruega: tal como lo entendió rápidamente su directora, Elen Roaldset, el Museo de Historia de Historia Natural de Oslo cuenta ahora con su propia Mona lisa.

La referencia del libro es: Tudge, C. 2010. El Eslabón. Editorial Debate.   

LUGAR Messel, Alemania

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