Viejas glorias vuelven a brillar

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En primer lugar, ¡El rey vive! Tyrannosaurus rex, que durante años fue considerado como la máxima expresión del cazador en la historia de la tierra, desde mediados de los noventa del siglo pasado la hipótesis (mucho menos sexy) de que en realidad era un carroñero había ido cobrando fuerza (Ver por ejemplo Erikson et al1996 o Ruxton 2003). Sin embargo, Depalma y colaboradores han presentado la evidencia definitiva de que, por lo menos ocasionalmente, T. rex cazaba presas vivas. Estos investigadores han documentado el hallazgo de un diente de T. rex clavado en unas vértebras de hadrosaurio. Y no sólo eso, sino que además las vértebras presentan recrecimiento óseo entorno al diente lo que es evidencia directa de que el mordisco sucedió en vida del hadrosaurio y que este sobrevivió al ataque el tiempo suficiente como para recobrarse de las heridas. Conclusión: el Tyrannosaurus, aunque a veces fallara, era un depredador con todas las de la ley. Nunca una derrota en una batalla había sido tan útil para ganar una guerra.

El segundo protagonista es Pachycephalosaurus. Estos pequeños dinosaurios herbívoros presentan unos cráneos abultados en su forma adulta, que en un principio apuntaban a que estos dinosaurios utilizaban sus testas para pelear, probablemente entre individuos de la misma especie, como hacen hoy en día muchos herbívoros como los ciervos y las cabras (Galton 1970). Sin embargo, estudios de la última década habían puesto en tela de juicio esta hipótesis, sugiriendo que estas estructuras presentaban gran variabilidad y en ocasiones delicadeza, y que era muy improbable que fueran útiles como armas, cumpliendo mejor funciones de exhibición (Goodwin & Horner, 2004). Pero la revista PlosOne publica un artículo de Peterson y colaboradores en el que realizan un intensivo muestreo sobre las docenas de cráneos de pachycephalosaurios que se conocen (estos densos huesos fosilizan especialmente bien), y llegan a la conclusión que un gran porcentaje de estos cráneos presenta lesiones en la zona frontal, justo lo que cabría esperar en una estructura diseñada para el combate. Así que, confirmado, estos cabezones del Cretácico eran más peligrosos que hermosos.

Es curioso como dos controversias tan distintas han sido solucionadas gracias al estudio de paleopatologías, una disciplina muy de moda.

Referencias
Erickson GM, et al. (1996) Bite-force estimation for Tyrannosaurus rex from toothmarked bones. Nature 382:706–708.

Ruxton GD, Houston DC (2003) Could Tyrannosaurus rex have been a scavenger rather than a predator? An energetics approach. Proc Biol Sci 270(1516):731–733.

Robert A. DePalma II, David A. Burnham, Larry D. Martin, Bruce M. Rothschild,  and Peter L. Larson. 2013. Physical evidence of predatory behavior in Tyrannosaurus rex PNAS 2013 ; published ahead of print July 15, 2013,

Goodwin MB, Horner JR (2004) Cranial histology of pachycephalosaurs (Ornithischia: Marginocephalia) reveals transitory structures inconsistent with head-butting behavior. Paleobiology 30: 253–267. doi:

Galton PM (1970) Pachycephalosaurids – Dinosaurian Battering Rams. Discovery 6: 23–32.

Peterson JE, Dischler C, Longrich NR (2013) Distributions of Cranial Pathologies Provide Evidence for Head-Butting in Dome-Headed Dinosaurs (Pachycephalosauridae). PLoS ONE 8(7): e68620.

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